En aquella primavera del 89, quedé con mi amiga Margari para ir a la Carbonería, donde actuaba el Cabrero, cantaor de Aznalcollar. Antes de la actuación, en la barra vieja, vimos un trío muy peculiar: Fernando Quiñones, Caballero Bonald y Alfonso Eduardo Pérez Orozco en animada conversación.
Margari me convenció de que le enseñara mis cuadros de flamenco ( Chocolate, Mairena...) a Fernando, y venciendo mi timidez, así lo hice. Fernando me recomendó que los enviara a la revista El Candil por recomendación suya y así lo hice.
Poco después nos acercamos al patio de La Carbonería a escuchar al Cabrero. Había una bulla impresionante, no había ni un sitio, ni un hueco, pero a lo lejos vi una silla vacía y allí que me fuí con la Margari, y tras muchos empujones y pisotones, con sus insultos incluidos, llegamos a la silla y allí que nos sentamos. Cuando miré a la derecha vi la asombrada cara del guitarrista, estupefacto y mirándonos con la boca abierta. nos habíamos sentado en la silla del cantaor, que había ido al excusado.
Nos bajamos y vimos el recital sentado en el suelo, en primerísima fila, desspués de haber tenido el detalle de calentarle el asiento al cantaor.